Sucumbió a la dulce tentación de seguir adelante, a pesar de los gritos desaforados que le instaban, desde hacía tiempo, a detenerse.
Sólo paró una fracción de segundo para mirar a ambos lados de la calle desierta.
Pero aquella ínfima partícula de tiempo fue suficiente para reconocerse a sí mismo a punto de cometer el que estaba llamado a ser su último error... con un poco de suerte.
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