Apura los últimos sorbos de un café insípido y frío, mientras mira distraído por la cristalera translúcida del bar.
En la calle, aún resuenan ecos de ideales que se aferran a la vida a pesar del empeño que la rutina y el humo ponen para diluirlos definitivamente.
En su pecho, apenas audible, late un corazón que ayer recuperó el ardor y hoy lucha por seguir hirviendo a contracorriente.
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