4 de agosto de 2014

Imparable

Crecía y crecía.

Con la translúcida esperanza de llegar a acariciar el cielo con la yema de los dedos. Como si, creciendo, fuera a ser capaz de encontrar aquella respuesta escondida o aquel viejo ardor que tanto añoraba.

Crecía.

Como un roble firme y altanero. Como crece el olvido mezclado con el tiempo. Como crecen los sueños en la madrugada. Sin orden. Sin concierto. Creciendo por crecer. Por el mero hecho de disfrutar el crecimiento.

Crecía sin parar.

Lo  que un día fue la sombra de un reflejo de una semilla sin germinar se estaba convirtiendo en una fronda casi imposible de abarcar con la mirada.

Y seguía creciendo.